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"El poeta es un fingidor. Finge tan completamente que hasta finge que es dolor el dolor que de veras siente. Y los que leen lo que escribe en el dolor leído siente bien, no los dos que él tuvo mas sólo el que ellos no tienen. Y así en los rieles gira, entreteniendo la razón, ese tren de cuerda que se llama el corazón". (Fernando Pessoa)

jueves, 31 de mayo de 2007

En Jerusalén y entre las balas

Joven Palestino y Mujer Judía
HACEN EL AMOR

Raquel es una estudiante de filosofía de la Universidad de Jerusalén. Es nieta de un general israelí héroe de la famosa guerra del Sinaí. Yamir es un joven obrero palestino; a los trece años fue herido en un brazo en la intifada de 1986.
Están desnudos sobre la cama del departamento de Raquel. Han hecho el amor como nunca, se están riendo a carcajadas. Ella tiene la piel blanca y unos muslos bellísimos. El hace que ella le bese las cicatrices.
Se conocieron hace un año, por casualidad, en un autobús.
En Washington, Arafat y Barak no han llegado todavía a un acuerdo. Hace mucho tiempo que no hacen el amor con sus respectivas mujeres. Hace demasiado tiempo que no se abrazaban con nadie.
Yamir se levanta a buscar una cerveza en el refrigerador. Hace mucho calor. Raquel le ha enseñado los versos de una canción tradicional judía que ahora él canta mientras abre con los dientes una cerveza.
Raquel le danza a Yamir los pasos de un baile plestino que aprendió especialmente para él. El la aplaude y riéndose repite "shalom, shalom".
En el borde de la cama los titulares del Jerusalem Post hablan de decenas de heridos y dos muertos en las reyertas de ayer.
Raquel se tira sobre la cama, los ojazos de Yamir la recorren con pasión. Están muy felices, porque ahora viene el momento más sagrado de todos. Ellos lo llaman el Eloi Jababa, una mezcla de dos palabras (Eloi, promesa en hebreo y jababa, amor en dialecto palestino). En cuclillas, como si los dioses de sus respectivas religiones estuvieran ahí, ella le jura amor eterno en árabe, él le jura amor eterno en hebreo. Es el momento supremo, cuando las palabrs son atravesadas por el amor y el amor por las palabras de dos pueblos distintos pero habitantes de una misma tierra. Yamir y Raquel están jugando el juego más serio de todos: el juego del amor, donde el que juega a ganador siempre pierde y el que pierde, gana.
Los negociadores palestinos e israelíes, a esa misma hora, en Washington, se recriminan en pésimo inglés y mueven las manos sobre el mapa de Jerusalén como si este fuera un tablero de ajedrez.
C.W.

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