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"El poeta es un fingidor. Finge tan completamente que hasta finge que es dolor el dolor que de veras siente. Y los que leen lo que escribe en el dolor leído siente bien, no los dos que él tuvo mas sólo el que ellos no tienen. Y así en los rieles gira, entreteniendo la razón, ese tren de cuerda que se llama el corazón". (Fernando Pessoa)

miércoles, 2 de mayo de 2007

La cueva del caimán

por Margarita Mainé y Héctor Barreiro

Parece que cuando Dios hizo la tierra estuvo tan ocupado creando los árboles, los ríos, y las enormes montañas que se volvió al cielo sin dejar el fuego a los hombres. Cuando se dio cuenta de su olvido bajó en plena noche a traerlo y al único que encontró despierto fue al caimán.

—Te dejo el fuego para que por la mañana lo compartas con los hombres. Así podrán cocinar la comida y calentarse en el invierno —le dijo Dios y desapareció.

Al caimán el fuego le pareció el mejor de los tesoros pero, ¿por qué compartirlo así nomás? Los hombres no eran generosos con él. Siempre lo andaban molestando y nunca compartían su comida. El caimán pasó toda la noche pensando qué hacer. No se animaba a ignorar la palabra de Dios y tampoco quería desperdiciar la oportunidad de pedir algo a cambio del fuego.

Al día siguiente el caimán le dijo a los hombres que Dios le había confiado algo mágico para cocinar la comida y que estaba dispuesto a compartirlo si ellos estaban de acuerdo en ofrecerle parte de lo que cazaban. Entonces les propuso que dejaran la carne al pie de la montaña y él se encargaría de cocinarla a cambio de su ración diaria de comida. Los hombres lo hicieron un día para probar el sabor y tanto les gustó la comida cocida que aceptaron lo que les proponía el caimán.

Y así fue. El caimán tenía su alimento asegurado y lo único que hacía era cocinar la carne por la noche en su cueva. El resto del día andaba tomando sol recostado en las piedras y agradeciendo la buena idea que había tenido.

Pero la historia no termina aquí.

Una tarde, un joven de la tribu llamado Imá acompañó a su padre para aprender los secretos de la caza y corriendo detrás de una gallineta azul del monte se alejo demasiado y se perdió.

Caminó Imá por la ladera de la montaña y buscando el camino de regreso encontró una cueva y como era un muchacho curioso entró. Hacía mucho calor allí y había un olor extraño. La tierra de la cueva era muy negra y cuando Imá la tocó para llevarse la mano a la nariz pudo comprobar que el olor estaba guardado allí.

Salió Imá de la cueva y luego de caminar otro rato escuchó la voz de su padre que lo llamaba desde lejos. Después del reencuentro, el padre le preguntó por qué tenía las manos y la cara manchadas de negro; Imá le contó del extraño olor que salía de esa cueva.

—Debe ser la cueva del caimán —dijo el indio anciano al enterarse de la aventura de Imá—. ¿No estaba el fuego allí?

Al día siguiente partieron varios hombres para que Imá los guiara hasta la cueva del caimán. Al encontrarla los hombres tocaron la tierra negra y sintieron el calor que todavía guardaba de la fogata en la que el caimán había asado la comida.

—Si el fuego no esta aquí, ¿dónde lo guarda el caimán? —se preguntaban todos en la tribu.

—En la boca —dijo el viejo sabio—. El único lugar en el que el caimán puede guardar el fuego durante el día es en la boca.

En cuanto dijo esto todos pensaron en robarle al animal su preciado secreto.

A los pocos días organizaron una fiesta para todos los animales. Cada uno haría su gracia con la intención de lograr que el caimán se riera a carcajadas y cuando tuviera su boca bien abierta intentarían robarle el fuego.

El caimán llegó desconfiando de la invitación. Nunca los hombres lo incluían en sus fiestas y sabía bien que era porque le envidiaban el fuego.

Al llegar vio que estaban todos los animales del monte. Pero el caimán entró serio y con la boca bien cerrada, saludando a regañadientes.

El primer número lo hizo la serpiente. Bailó sobre un tronco enredándose al compás de los tambores y simuló atarse en un nudo del que parecía no poder salir. Los animales aplaudían y reían a carcajadas. El caimán se mantuvo serio y aburrido.

Después la gallineta bailó haciendo girar su cuello como un trompo. Era gracioso ver cómo el pico le quedaba para atrás y volvía girando rapidisimo. Los animales aplaudían y silbaban Pero el caimán apenas se sonrió.

En el tercer número apareció la tortuga sacando muy larga la cabeza de su caparazón y volviéndola a entrar hasta desaparecer. Quedaba graciosa ya que cuando la cabeza llegaba bien afuera simulaba un estornudo y después se replegaba otra vez hasta esconderse. Todos los animales se reían y el caimán sonrió un poco más confiado.

De todos los animales el que estuvo más gracioso fue el zorro de orejas chicas.

—Auuuuuu-hip-auuuuuu-hip —el zorro aullaba con hipo y esto hacía que el aullido saliera entrecortado y agudo. Los demás animales se agarraban la panza con las manos de tanta risa y el caimán abrió tanto la boca para reírse que un poco de fuego se le escapó. Entonces el pájaro tijera, que estaba muy atento, dio un vuelo rápido por arriba del caimán y le robó una llama.

Allí se terminó la fiesta para el caimán. Ofendido y enojado se fue a su cueva para avivar el poco fuego que le había quedado entre los dientes mientras el pájaro tijera, los otros animales y los hombres continuaron el festejo por primera vez iluminados por el fuego.

Desde ese día el caimán tiene que buscar su propia comida y los hombres disfrutan de sabrosos manjares.

Esta historia la cuentan los Sanema-yanoama, una tribu que habita al sur del estado de Bolívar (Venezuela) y sudeste del territorio Amazonas (al norte de Brasil).

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