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"El poeta es un fingidor. Finge tan completamente que hasta finge que es dolor el dolor que de veras siente. Y los que leen lo que escribe en el dolor leído siente bien, no los dos que él tuvo mas sólo el que ellos no tienen. Y así en los rieles gira, entreteniendo la razón, ese tren de cuerda que se llama el corazón". (Fernando Pessoa)

jueves, 23 de agosto de 2007

Cristo era poeta y no juez rural

Después de 2000 años de tecnología, moral y sobre los millones de cadáveres de muertos en la hoguera, encarcelados y humillados, tiembla esta afirmación que atraviesa desde San Petersburgo a Ciudad de México pasando por Roma: "Cristo era poeta".
Todo partió como una frase dicha al oído, en una conversación privada al sur del mundo, en Santiago de Chile, por un sabio sacerdote y teólogo, lector y estudioso de la Biblia del viejo idioma hebreo, duro y concreto, idioma de frases rotundas y enfáticas, capaces de nombrar el cielo, los abismos, el desierto, la lava, el éxtasis y la sed. Cansado de las discisiones bizantinas de las escuelas de teología, el sacerdote afirmó: "Para qué siguen desarrollando hermenéuticas, exégesis, análisis, si todo es mucho más simple: ""Cristo era poeta y no juez rural ni filósofo"".
Como si alguien levantara el velo y limpiara el polvo acumulado sobre el libro más leído y trajinado de todos, la afirmación devolvió las cosas a su lugar. O sea, Dios -es un decir- escogió no sólo el cuerpo, la carne del hombre para aparecer en la historia sino que encarnó su voz en el lenguaje más plástico y abierto de todos, el lenguaje poético, en vez de hacerlo en la filosofía, la dialéctica o el logos legalista. Como si Jesús mismo presintiera que las sombras y mounstros de la razón y la lógica humana terminarían por disecar su palabra para convertirla en una lista de preceptos y cánones. Claro que todo eso terminó por ocurrir: los prosistas tomaron por asalto la palabra poética de Cristo y decretaron cuarentena por siglos.
Pero la misma historia de la filosofía ha hecho posible el regreso en gloria y majestad de la dimensión poética de Jesús. Los escuadrones de la muerte del logos ya hicieron su trabajo, y sobre el cadáver de los elefantes blancos del pensamiento aletea la libertad inasible de una mariposa de otoño y juega ese niño que alguna vez fue camello.
La razón crítica ha muerto ¡Aleluya!, el cogito cartesiano ha muerto ¡Aleluya! y con ellas todas las acompañantes indignas del poeta más grande de la historia occidental, que habló en parábolas y que hay se libra de sus camisas de fuerza para caminar libremente silbando sobre los acantilados del tiempo.
Sí, Cristo fue profeta, pero a su manera; rabí, a su manera, sabio, pero sobre todas las cosas poeta, hermano de la misma raza de hombres como Orfeo, Píndaro, Villon. Los poetas, lo sabemos, siempre han sido peligrosos, siempre han sido exiliados a los arrabales.
Las consecuencias de la afirmación del sacerdote chileno ya se dejan sentir. De ella se desprenden preguntas incómodas como ésta, dirigida a Dios: "¿De quién estás más cerca, oh, Dios, de Rimbaud o de Ratzinger?".
Si el poeta, a diferencia del juez moral, propone, crea, abre caminos, ¿qué pasará con las legiones de alguaciles que, malinterpretando la poesía de Dios, la han reducido a fórmulas y preceptos?.
Así como Cristo nunca publicó ni escribió ninguna de sus enseñanzas, esta afirmación aún no ha producido ni un artículo ni un estudio en el ámbito de las escuelas de teología del mundo.
No vaya a ser que los voluminosos tomos de Aristóteles y Platón de las universidades gregorianas deban ser reemplazados lentamente por leves versos de Horacio, Kavafis o Pessoa.
Nuestro sacerdote mientras tanto sonríe, asombrado por las réplicas de su redescubrimiento de la gratuidad -la esencia misma de la poesía- tantos miles de años prisionera en la iglesia de la razón.
Fray Benito

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