poesia universal y+

"El poeta es un fingidor. Finge tan completamente que hasta finge que es dolor el dolor que de veras siente. Y los que leen lo que escribe en el dolor leído siente bien, no los dos que él tuvo mas sólo el que ellos no tienen. Y así en los rieles gira, entreteniendo la razón, ese tren de cuerda que se llama el corazón". (Fernando Pessoa)

jueves, 31 de mayo de 2007



CARTA DE LLUVIA

Si atraviesas las estaciones
conservando en tus manos hechas cántaro
la lluvia de la infancia que debíamos compartir,
nos reuniremos en el lugar
en donde los sueños corren jubilosos
como ovejas liberadas del corral
y en donde brillará sobre nosotros
la estrella que nos fuera prometida.

Pero ahora te envío esta carta de lluvia
que te lleva un jinete de lluvia
por caminos acostumbrados a la lluvia.
Ruega por mí, reloj,
en estas horas monótonas como ronroneos de gato.
He vuelto a la casa que conserva las cenizas
que hacen renacer a los fantasmas que odio.
Alguna vez salí al patio a decirles a los conejos
que el amor había muerto.
Aquí no debo recordar a nadie,
aquí debo olvidar la colina de los aromos
porque la mano que cortó aromos
ahora cava una fosa.

El pasto ha crecido demasiado como para arrancarlo.
En el techo de la casa vecina
se pudre una pelota de trapo
dejada allí por un niño muerto.
Entre las tablas del cerco me miran rostros
que creía olvidados,
y mi amigo espera en vano que en el río
centellee su buena estrella.

Tú, como en mis sueños,
vienes atravesando las estaciones
con la lluvia de la infancia
en tus manos hechas cántaro
En el invierno nos reunirá el fuego
que encenderemos juntos.

Nuestros cuerpos harán las noches tibias
como el aliento de los bueyes,
y al despertar veré que el pan sobre la mesa
tiene un resplandor más grande que el de los planetas enemigos
cuando lo partan tus manos de adolescente.

Pero ahora te envío una carta de lluvia
que te lleva un jinete de lluvia
por caminos acostumbrados a la lluvia.

Jorge Teillier

VICEVERSA

Tengo miedo de verte
necesidad de verte
esperanza de verte
desazones de verte

tengo ganas de hallarte
preocupación de hallarte
certidumbre de hallarte
pobres dudas de hallarte

tengo urgencia de oírte
alegría de oírte
buena suerte de oírte
y temores de oírte

o sea resumiendo
estoy jodido
y radiante
quizá más lo primero que lo segundo
y también
viceversa.

Mario Benedetti

LA AUSENCIA

Cuando el amor se va,
parece que se inmensa.

¡Cómo le aumenta el alma
a la carne la pena!

Cuando se pone el sol
lo ahondan las estrellas.

Juan Ramón Jiménez

Círculo de Luna
"Chuang Tzu soñó que era una mariposa.
Al despertar ignoraba si era Tzu
que había soñado que era una mariposa o
si era una mariposa y estaba soñado que era Tzu".
.
La Luna parecía un inmenso ojo que observaba desde el cielo todo el valle. Ana se había levantado tarde ese día, por lo que no tenía mucho sueño a la hora habitual. En el valle de Casablanca la gente acostumbra irse a acostar temprano. "Demasiado temprano", se quejaba Ana. Jugaba con un cigarrillo entre los dedos y no se animaba a encenderlo. Parecía que espera que algo pasara. Que alguien viniera a sacarla del tedio, del típico aburrimiento que caracterizaba el pueblo donde había nacido. Mirando el vacío de la noche, intentó imaginarse su vida en otro lugar. Comenzó a dibujar una escena: una gran ciudad donde el frío arrecia en invierno y los veranos son apenas cálidos, con calles eternamente iluminadas y transeúntes bulliciosos. Eligió para sí misma el rol de curadora de una galería de arte ubicada en los suburbios de moda. Se vio saliendo de un departamento en el lado opuesto de la ciudad, cruzando un parque y abordando el subterráneo. Deslizándose entre la multitud con destreza, ajena a los rostros, los ruidos. Inmersa en sus propios pensamientos. Cuando llegó a la galería la encontró cerrada. Susana, la muchacha que la ayudaba tenía que haberse marchado hacía poco rato. Eran cerca de las 6 de la tarde de un día viernes, los empleados no trabajaban horas extras, al menos, no en la galería "Moinvison". Inútilmente buscó las llaves dentro del bolso. No las encontró. Entonces, recordó que las había dejado tiradas sobre la cama de la habitación antes de salir. No era habitual en ella ese tipo de descuidos ni tampoco el lenguaje vulgar, pero terminó echando una puteada contra Susana que, en el fondo, iba dirigida a sí misma. Volvió a meter la mano en el bolso. Cogió un cigarrillo del paquete y lo encendió. Le dio dos piteadas antes de tirarlo y parar un taxi. Se sentía algo tonta, cómo iba explicarle a Carlos que los bosquejos estaban en la Galería y que ella no los tenía porque había olvidado las estúpidas llaves. Habían quedado de juntarse en el café "LA LUNA" y ya estaba atrasada, por lo que no tenía tiempo de regresar a buscarlas. Al cerrar la puerta del taxi echó una última mirada a la calle. Vio las luces de los faroles reflejándose en las ventanas de los edificios bajos. Miró a la gente que caminaba apurada de regreso a sus casas. Antes que el taxi virara en la esquina alcanzó a divisar la señalética de la calle que decía: "Stroget del 399 al 499". Tuvo la sensasión de encontrarse en un lugar equivocado. De no encajar en esa escena ordinaria. Incómoda, parpadeó. En ese instante volvió al valle de Casablanca. A su abulia, su sencillez y su aburrimiento. Miró hacia los lados y hacia abajo, donde se desplegaba el caserío. En el tiempo que había estado imaginando las pocas luces que quedaban encendidas se habían apagado. Quizo, por un momento, ser una de esas mujeres que alegremente cumplían con sus tareas en aquel rincón olvidado por el mundo: Clara, con sus cinco hijos y la chacra, trajinando entre los almácigos; Isabel, la encargada de la tienda de ramos generales; Mercedes, con su camioneta desvencijada pero indestructible, atravesando vados en busca de objetos curiosos para hacer sus artesanías. Pero no. Así como ellas descansaban ahora en el valle y ella las miraba desde ese lugar más cercano a las estrellas; Clara, Isabel y Mercedes estaban felices con sus monótonas existencias mientras que Ana añoraba una vida que no conocía pero que presentía con la intensidad con la que algunos presienten la llegada del verdadero amor. Alzó la cabeza hacia la luna detestando encontrarla nuevamente plácida, redonda y fría. Con el cigarrillo sin encender todavía jugando entre sus dedos se preguntó si la luna se vería igual desde otro lado. ¿Alguien estaría mirando la luna, en ese mismo momento, en otro lugar del planeta preguntándose qué hacer de sus días?. Tal vez esa mujer que había imaginado hasta pocos minutos atrás, esa misma Ana situada en otro espacio, lanzada a otro destino, pero con la misma sensación de ser una extranjera en su propio habitat tuviese la respuesta. Cerró apenas los ojos, tratando de reconstruir la escena: la calle equivocada, las señales desconocidas, el barrio silencioso y en penumbras. Su gesto de disgusto al ver alejarse el taxi y comprender que estaba perdida y sola.Al llegar al café no divisó de inmediato a Carlos. Simulando haberlo encontrado se hizo paso entre la gente que, a esa hora, repletaba el lugar. Pensó que no había elegido el mejor sitio para una cita de negocios. "La Luna" era un café-bar que reunía emigrantes latinoamericanos, africanos y europeos del este, pero igualmente concurrido por daneses, belgas o franceses. Llevar unos bocetos a lápiz de un pintor desconocido del siglo XVII a un comprador cualquiera hubiese sido una pésima idea, pero llevarlos a un cliente como Carlos, un español tan rico como exéntrico no le pareció tan estúpido cuando la llamó el día anterior para concretar el negocio. Cuando vio a Carlos, sentado en una mesa, esperándola, se sintió más tranquila. Hasta podría afirmarse que por primera vez durante el día había sonreido. A Ana le preocupó que Carlos se decepcionase de ella. No sólo por el inexcusable olvido de los dibujos, sino por su aspecto físico, que nunca le había gustado del todo y que desencajaba con el prototipo nórdico o sajón predominante en su familia. Con anterioridad sólo había estado con el comprador una vez y el encuentro había sido tan breve que Ana sólo recordaba parcialmente su rostro, pero lo suficiente para reconocerlo en esta ocasión. Habían hablado por teléfono dos o tres veces y su voz jugaba a su favor, pues le daba un aire indudablemente más juvenil del que realmente tenía. Ana no era una mujer bella, más tampoco podría afirmarse que fuera fea. Una extraña mezcla de razas convergía en su oscuro rostro. La nariz torcida, los ojos grandes y opacos, los labios delgados, hacían imposible no fijarse en la cara, sobretodo por el enorme lunar que poseía junto al labio inferior, el cual portaba como un defecto indefinible -casi obsceno- del que no se podía tener certeza, a primera vista, si se trataba de una mancha velluda o de un pelotón de carne. Y si bien se sentía algo ridícula por el ejercicio de seducción telefónica, también era lo suficientemente inteligente –y cáustica– como para pensar, de inmediato, que su aspecto y perfil no desentonaban con los de los visitantes asiduos de ese bar casi marginal. Ana había hecho de sus peculiaridades y de su estilo una firma. El mundo de los compradores de obras de arte la reconocía como un lince a la hora de seleccionar tanto piezas únicas e inadvertidas como la producción de artistas jóvenes que a poco serían reconocidos y exitosos. Se acercó a la mesa y se sentó. La camarera, inusualmente solícita pero de seguro presintiendo la propina que podrían dejarle, le ofreció una lista que Ana rechazó con un seco: "Gin doble con hielo". Fue presa de un súbito cansancio. Algo parecido al hastío la atrapó como una garra invisible. Tomando de a pequeños sorbos la bebida transparente sentía cómo entraba helada a su boca y atravesaba su garganta dejando una estela ardiente. En ese local lleno de humo, ruidoso y confuso como una Babel moderna, poblado de gente rara y de gente que iba allí con el sólo objetivo de ver gente rara, se le cruzó, por primera vez en su vida, el fantasma de una añoranza sin nombre, desconocida y difusa. Un gesto de Carlos, con su apostura innegablemente latina, su traje de buen corte y sus zapatos italianos que desentonaban de manera llamativa con "La Luna", la sacó de ese momento extraño. Ana sonrió pensando que ése era el momento exacto para comenzar a pedir disculpas por su aspecto, por ese bar, por el arrabal donde se encontraban y, sobre todo, por no tener las ilustraciones. Pero su cliente se embarcó en un colorido monólogo acerca de los problemas de la finca andaluza, las vacaciones en Marbella y su última comida informal con el Rey Juan Carlos.-Eh!?, ¿Ana? concuerdas conmigo, escuchó que le decía Carlos.-Como no estaba dispuesta a dar nuevas explicaciones, lo miró a los ojos y le dijo: absolutamente! y tomó la iniciativa en la conversación, la que hasta ahora había constituido un simple monólogo, falsamente disfrazado de tertulia, gracias a las risas que Ana incorporaba, estratégicamente, durante los silencios de su interlocutor. Carlos no era un tipo mal parecido, era alto y aseado, sin embargo, no logró despertar ningún sentimiento especial en Ana, quien había aprendido a no imbolucrarse con sus cliente y mucho menos a mantener una relación romántica.-¿Y los bocetos?, ¿los podemos pasar a ver mañana temprano en a la galería?, le dijo Carlos, mientras asia una copa de vino.-"Claro", respondió Ana. "A las 10" -pensando en el dinero que obtendría por los falsos bocetos que por tercera vez vendería a un millonario estúpido que se creía experto en arte-.Llegó tarde a su departamento, después de haber atravesado media ciudad. Se había levantado temprano y estaba muy cansada. Se sacó los zapatos, tomó el último cigarrillo del paquete y salió a la terraza. La noche estaba inusualmente cálida. La luna estaba llena y parecía un inmenso ojo que observaba desde el cielo toda la ciudad. Sintió de nuevo esa añoranza sin nombre, desconocida y difusa que había sentido horas antes en el café. Ahora, sin el ruido del bar y sin la presencia perturbadora de su cliente, pudo concentrarse e identificar el sentimiento. Era un deseo incontenible de estar en otra parte. De marcharse lejos y no regresar. Ana comenzó a dibujar una escena: un valle tranquilo y verde. Quiso, por un momento, ser una muchacha de campo que alegremente cumplía sus tareas en un rincón olvidado por el mundo. Pensó que esa otra mujer que soñó que era, miraba la luna desde la terraza de su casa sencilla, y era hermosa como las flores silvestres y ya no tenía ese horrible lunar que tanto odiaba. Siguió mirando la profundidad de la noche, jugando con un cigarrillo entre los dedos que no se animaba a encender.
Fin?
Escrito por Laura Cambra y Christian Lucero

En Jerusalén y entre las balas

Joven Palestino y Mujer Judía
HACEN EL AMOR

Raquel es una estudiante de filosofía de la Universidad de Jerusalén. Es nieta de un general israelí héroe de la famosa guerra del Sinaí. Yamir es un joven obrero palestino; a los trece años fue herido en un brazo en la intifada de 1986.
Están desnudos sobre la cama del departamento de Raquel. Han hecho el amor como nunca, se están riendo a carcajadas. Ella tiene la piel blanca y unos muslos bellísimos. El hace que ella le bese las cicatrices.
Se conocieron hace un año, por casualidad, en un autobús.
En Washington, Arafat y Barak no han llegado todavía a un acuerdo. Hace mucho tiempo que no hacen el amor con sus respectivas mujeres. Hace demasiado tiempo que no se abrazaban con nadie.
Yamir se levanta a buscar una cerveza en el refrigerador. Hace mucho calor. Raquel le ha enseñado los versos de una canción tradicional judía que ahora él canta mientras abre con los dientes una cerveza.
Raquel le danza a Yamir los pasos de un baile plestino que aprendió especialmente para él. El la aplaude y riéndose repite "shalom, shalom".
En el borde de la cama los titulares del Jerusalem Post hablan de decenas de heridos y dos muertos en las reyertas de ayer.
Raquel se tira sobre la cama, los ojazos de Yamir la recorren con pasión. Están muy felices, porque ahora viene el momento más sagrado de todos. Ellos lo llaman el Eloi Jababa, una mezcla de dos palabras (Eloi, promesa en hebreo y jababa, amor en dialecto palestino). En cuclillas, como si los dioses de sus respectivas religiones estuvieran ahí, ella le jura amor eterno en árabe, él le jura amor eterno en hebreo. Es el momento supremo, cuando las palabrs son atravesadas por el amor y el amor por las palabras de dos pueblos distintos pero habitantes de una misma tierra. Yamir y Raquel están jugando el juego más serio de todos: el juego del amor, donde el que juega a ganador siempre pierde y el que pierde, gana.
Los negociadores palestinos e israelíes, a esa misma hora, en Washington, se recriminan en pésimo inglés y mueven las manos sobre el mapa de Jerusalén como si este fuera un tablero de ajedrez.
C.W.

miércoles, 30 de mayo de 2007

Juan Emar (1893-1964) Presentación

El trasgresor silenciado
Juan Emar, seudónimo de Álvaro Yáñez Bianchi, irrumpió en la escena artística nacional asociado al grupo Montparnasse, formado por Henriette Petit, José Perotti, Luis Vargas Rosas, Manuel Ortiz de Zárate y Julio Ortiz de Zárate. Esta fusión de intelectuales se constituyó en el principal promotor de los cambios que experimentaría la plástica nacional en la década del veinte. Al regresar de París, cuna de los vanguardistas latinoamericanos, comenzó a emplazar la -a veces atenuada- revuelta contra la institucionalidad artística chilena desde el diario La Nación, propiedad de Eliodoro Yáñez, su padre. Así, la masiva tribuna del periódico liberal acogió las Notas de Arte (1923-1925) para permitirle a Emar proclamar la necesidad de ruptura con el criollismo, que dominaba tanto la literatura como las artes plásticas en el anquilosado medio nacional. A través de sucesivas notas firmadas por él y/o sus representantes, fueron explicados los fundamentos de la protesta vanguardista que encabezaba. Luego de esta actividad, el autor desapareció del ámbito público por casi diez años. Aunque la obra literaria de Juan Emar respondió a una evolución propia que empezó con el inédito "Torcuato" (1917), no fue sino hasta 1935 cuando comenzó a disputar territorio dentro del medio local. Durante ese año aparecieron Miltín 1934, Un Año y Ayer. Estas tres novelas desafíaron los códigos de representación del realismo dominante, al soportarse en estructuras fragmentarias y alegóricas. Éstas incluyeron, además, principios propios del cubismo y del futurismo europeo que las acercaron decididamente tanto a los planteamientos constructivistas, como también al creacionismo de Vicente Huidobro. Asimismo, los temas se desplegaron en amplios espectros, colmados de humor negro, ocultismo, inconsciente y erotismo. Más tarde, en 1937, apareció Diez, libro que vino a confirmar la radicalidad de su propuesta artística. Incomprendido por la crítica de ese entonces, no fue sino hasta las décadas de los setenta y ochenta cuando tímidamente comenzó su rescate. Su obra reapareció bajo el rótulo de surrealista, kafkiana o incluso proustiana. Sin embargo, la vaguedad que exhibieron estos adjetivos recién fue resuelta a partir de los años noventa, cuando la abundancia de estudios críticos y referencias a su obra hicieron que su figura ocupara un puesto destacado dentro del canon alternativo que se ha ido estableciendo en la historia de la literatura chilena. Finalmente, la publicación de Umbral por parte de la Dibam en 1996, abrió amplias posibilidades a las futuras generaciones para hacerse cargo de su extenso legado.

viernes, 18 de mayo de 2007

Rompieron atavíos
la vieja compostura.
Mirándose a los ojos
se amaron.

Eres Continente
de la irreductible palabra Amor.

miércoles, 16 de mayo de 2007

El icono de jade
juguete de Afrodita
ha seuducido a mi esposa.

¡Qué fetichismo el de la idólatra!
¡Cuánto desperdicio en sus oraciones!

lunes, 14 de mayo de 2007

Cuento Zen

Un hombre emprende un viaje desde el pueblo de la IGNORANCIA, en donde vivía, hacia el pueblo de la SABIDURIA. Pero no conoce la ruta. Decide ir preguntando a cada peregrino que encuentra en su camino cuánto le falta para llegar a su destino. Cada uno, si bien coincide en darle la misma dirección a seguir, termina contestándole: "¿Cuánto?, no lo sé. Preguntale al próximo". Y así se llevó varios años de su vida caminando y persistiendo en su única pregunta: "¿Cuánto me falta para llegar a Sabiduría?".
Un día, ya transformado en un asceta, se topó en el camino con un anciano de barba frondosa y ojos profundos, que descansaba bajo la sombra de un sauce capeando el despiadado sol.
-El hombre se acerca al anciano con ansiedad y realiza su habitual interrogante: "¿Cuánto me falta?".
-El anciano, arrancado de su meditación, respondió: "Hasta aquí ha llegado tu búsqueda."
-Es decir, que ¿aquí está Sabiduría? preguntó excitado el hombre.
-"No me has entendido";
lo que te quiero decir es que "HAS AGOTADO TUS PREGUNTAS", sentenció el sabio.
CLM

Poesía

Naturalmente
duele la caída
este repliegue de alas
que nunca busqué
Yo, que solía confundirme
con los cirros en el cielo
hice mi oficio vender esperanzas.
Al fin y al cabo
fui solo eso: un traficante de palabras.

Porque en la crueldad también hay belleza:
Mi sonrisa -bellamente inocente-
como el pico de un águila
incrustado en la carne,
se fue perfeccionando.

Pero también tuve miedo
y no pude evitar el espejo
ni la terrible sensasión de despertar
cada mañana.
Intenté cerrar los ojos
pensar que todo era un mal sueño
Al fin y al cabo
el amor es eso: una repetición agotadora
de despedidas en los terminales.

Algo de ti me duele todavía.
La certeza de saberme vivo.
Esa fe que no proviene de este mundo.

CLM

sábado, 12 de mayo de 2007

Relatos en R.E.M.

Entró al bar por la puerta lateral. El lugar era lúgubre y empobrecido, pero sus muebles guardaban la dignidad de años pasados gloriosos. Dos parroquianos miraban la televisión, mientras acababan una botella de vino tinto ordinario en la barra. Viejas fotografías adornaban las paredes. Un poster de Pelé durante el mundial del 62, una litografía blanco y negro de Carlos Gardel y un retrato de Malú Gatica (autografiado) quedaron frente al hombre, quien se ganó una mesa al fondo, junto al baño. Desde ahí dominaba con la vista toda la cantina, que era lo que buscaba. Era pintor y dibujante. Le gustaba capturar los momentos de la vida cotidiana de los porteños, mezclando escenar reales con las que nacían de su propia imaginación. Los bares, el mercado y el muelle eran sus lugares predilectos y muchas obras habían nacido a la luz de esas observaciones. Pidió una malta y un sánguche de pernil. Procurando no llamar la atención sacó del bolso un croquis, un carboncillo y se dispuso a dibujar.
Al acabar la botella de vino, uno de los hombres de la barra se levantó en dirección al baño. Al mismo tiempo ingresó al bar otro hombre, de rostro oscuro y mirada fija. Vestía un chaquetón de lana y una gorra negra. Se dirigió directamente al fondo. Pasó junto al pintor, sin mirarlo y entró al baño.
El pintor dibujó primero un óvalo al centro de la hoja. Dos óvalos más y algunos trazos dieron forma al rostro y al cuerpo. El boceto representaba a una niña, una vendedora de flores. Al fondo, la barra, y el mozo limpiando las copas. Fornidos hombres de mar completaban la escena. Le llevaron el pedido. Saboreó la malta y se limpió la espuma del bigote. Pensó en su esposa, que a esa hora deberías estar terminando las labores del hogar. Pensó en su hija, que debía de encontrarse en el colegio. Seguramente ya había terminado el recreo y debía estar toda transpirada de tanto saltar la cuerda. Pensó en su gato, Pitágoras, que dormía todo el día.
Súbitamente, el hombre de gorra salió del baño. Se notaba nervioso y muy agitado; tras de él venía el otro hombre, que había ingresado unos segundos antes. Se trabaron en una fuerte discusión. -"Maricón", le gritó el primero al segundo. El otro hombre cogió al segundo del cuello. El segundo cogió el pelo del primero, intentando safarse. El pintor advirtió que el hombre se estaba asfixiando. Se levantó de su silla y trató de separarlos. El hombre de la gorra sacó un cuchillo de su saco. En un segundo el pintor yacía tirado en el suelo con el cuchillo clavado en el estómago. Antes de expirar, por su mente pasaron imágenes de su vida cotidiana: su mujer, esperándolo con la cena servida; la de su hija mostrándole un dibujo que había hecho en la clase; la del gato calentandose la barriga al sol. Sólo las flores del dibujo fueron salpicadas con sangre, logrando las rosas un realismo tal que la pintura adquirió una belleza suprema.
Fin

Autopsicografía - Fernando Pessoa
El poeta es un fingidor.
Finge tan completamente
que hasta finge que es dolor
el dolor que de veras siente.
Y los que leen lo que escribe
en el dolor leído siente bien,
no los dos que él tuvo
mas sólo el que ellos no tienen.
Y así en los rieles
gira, entreteniendo la razón,
ese tren de cuerda
que se llama el corazón.

viernes, 11 de mayo de 2007

Cuentos de a Dos
Este cuento se está escribiendo por Laura Cambra y Christian Lucero...
Ella dice que no con la cabeza. Las lágrimas asoman a sus ojos y quedan suspendidas. Ella no suele llorar. Y en esa negativa silenciosa hay una determinación irrevocable. No es no. Es me harté. Es nunca más. Es no para siempre, con todo lo que siempre puede significar para alguien que se ha negado sistemáticamente a los universales. Ella dice que no con la cabeza y piensa, mientras tanto, en todas las veces que evitó el nunca, el siempre, el todo. Y, al ver la espalda de él mezclándose entre la gente que comienza la jornada de trabajo, se da cuenta de que ha fracasado. Comprende que quiso eludir los contrastes y las contradicciones de ese pequeño mundo en el que creció. Ese puerto crudamente bello en el que los hombres envejecen demasiado rápido y las mujeres, aun las más jóvenes, tienen manos de anciana. Donde el colorido se pierde entre la neblina. Donde los ojos están acostumbrados a reconocer los barcos que vuelven en un día tormentoso. Comprende que otra vez había perdido la partida y que, seguramente, los juramentos de amor eterno que escuchó tantas veces repetidos en la boca de algún marinero, se van junto con su gorra, a conquistar nuevos corazones, en puertos lejanos; y como zurcos en la mar sólo dejan una rastro de espuma que dura lo que el zarpe de la nave que se los lleva. Comprende que todo lo que le había pasado y todo lo que le estaba por pasar estaba ya escrito, y detesta comprobar que su abuela siempre había tenido la razón y, en el fondo, era una sabia. Cuánta razón tuvo la pobre vieja cuando le aconsejó, postrada en la cama, con sus últimos suspiros que había que aprender a cruzar las piernas y que se buscara un amor en tierra firme, de esos que trabajan en las fincas o en un Banco, que no pudiese alejarse tan lejos y tan rapidamente. Esas palabras las recordaba ahora con total claridad y habían cobrado una vigencia atroz en su actual estado. Estaba cansada y confundida. Se sentía sucia y al mismo tiempo -recordando la noche anterior- obtenía un secreto placer que la confortaba. De algún modo ella había permitido que los acontecimiento se fueran dando de aquel modo. Ya no era una adolescente, aunque su corazón se resistía a abandonar esa tierna edad, las relaciones amorosas que acostumbraba entablar repetían un patrón de conducta que, hasta ahora, el paso de los años y la experiencia no habían logrado modificar. Esta vez había juntado fuerzas y decidido que estaba harta. Que no quería comenzar de nuevo con el jueguecito de seducción. No quería volver a enviar otra maldita carta a San Francisco, a Hamburgo o al Callao, de la que jamás obtendría una respuesta. Secándose las lágrimas con las mangas de la blusa juró nunca más volver a sufrir por un hombre. Se paró frente al ventanal del living, que le daba una vista privilegiada a la bahía y pudo divisar, entre la bruma, un barco perdiéndose en el horizonte. Ahí se marchaban para siempre sus sueños de adolescencia y el amor que había creído verdadero. El último resabio de inocencia se lo había llevado ese marinero italiano que la noche anterior le prometió la luna y las estrellas. Una bandada de gaviotas acompañaba la embarcación. Las imaginó como sus sueños alejándose. Y se despidió de ellos. Cuando el barco desapareció en el horizonte borroneado por la niebla, se echó sobre el sillón y recordó su primer desengaño: Con toda la fuerza de sus diecisiete años se había enamorado de aquel tripulante polaco. Al igual que otras chicas de su edad a la caza de buenos partidos recién desembarcados, no había advertido las miradas vacías y decepcionadas de las muchachas más grandes y se había dejado llevar por los relatos apasionantes de los viajes, la necesidad de amor de esos hombres que las veían bonitas a fuerza de no haber tenido contacto con mujeres durante los largos meses en altamar, que las abrazaban con la misma sed con que bebían ginebra tras ginebra. Cosa bastante rara, la sonrisa del polaco, con todos los dientes, iluminaba el bar. Sus carcajadas eran sonoras y, ella pensó, sinceras. Cuando salieron de la taberna ya era casi medianoche. En un rincón oscuro, se dejó besar, primero casi inmóvil, para luego entregarse a las caricias sin reparos y despertar a un sentimiento desconocido, perentorio y voraz, sin saber que duraría lo que el reaprovisionamiento del barco y que la dejaría, para siempre, en estado de necesidad. Ahora, los ojos opacos y hoscos de esas mujeres que ya conocían la crueldad de la vida en el muelle, bailaban frente a ella como tristes recordatorios del consuetudinario abandono. Olimpia era su nombre. Se lo había colocado su padre, culpa del profundo amor que sentía por la historia antigua. Nunca estuvo muy contenta con tan peculiar nombre, pero sentía que tuvo más suerte que su hermana Covadonga y su prima Artemisa. Allá en el puerto abundaban los nombres ingleses y alemanes, pero llamarse así, en Valparaíso, podía constituir una verdadera calamidad. Olimpiada, como le llamaban sus amigas, era una chica baja y de tes oscura; tenía las piernas cortas y estaba excedida algunos kilos en el peso. Si bien no era fea, ciertamente no había sido bendecida con el don de la belleza. Artemisa, en cambio, era bella, con una piel del color de la canela y los ojos aceitunados; tenía el cabello largo y ondulado, y un rostro que lo mismo podía ser de la Habana o de Portugal. Tenía esa edad imprecisa entre los veintidos y los veinticinco años y un aire de mujer antigua, heredado, muy probablemente, de su abuela; las manos delgadas y la inteligencia eran herencia de su padre. La mañana en en que ocurrieron los hechos que voy a relatar y que dieron un giro inesperado a su, hasta ahora vida "normal", el cielo estaba cubierto de amenazantes nubes negras. Andaba vestida con una blusa blanca, de algodón, que dejaba entrever la generosidad del busto, con una falda larga negra de lino y unos zapatos bajos de color lila. Se puso un abrigo y salió rauda de su casa rumbo a la "congregación". Eran las diez de la mañana, había comenzado a llover. El empedrado de la callejuela, recién lavado por la lluvia, oscuro y deteriorado, contrastaba con el carácter pintoresco y, al mismo tiempo estridente de las casas de la cuadra que, aunque humildes, lucían orgullosas sus fachadas, recién pintadas con colores fuertes. El tránsito en la calle era más denso que de costumbre; habían carretas de carga alineadas a la orilla que permanecían detenidas, esperando que el tránsito, recién cortado, se reanudara. Artemisa caminó unos metros hacia la esquina para averiguar por qué las carretas no avanzaban. Antes de poder llegar al cruce del tranvía sintió que la detenían unos cargadores impidiéndole continuar el paso. En el piso yacía un hombre, aparentemente muerto. Al parecer había sido víctima de un asalto y tenía un cuchillo clavado a la altura del tórax. Un hilo de sangre recorría la calle cuesta abajo arrastrada por la incesante lluvia. Nadie había querido retirar el cuerpo antes que llegara la policía. Nadie había podido reconocer a aquel desafortunado jóven de razgos eslavos.
Una sombra nubló su mirada. En medio del bullicio del mercado, sus ojos pasearon por las mercancías que ofrecían los feriantes: higos maduros, racimos de uvas, odres de aceite de oliva, leche. Tomates, una montaña de papas, maíz. Se detuvo, consternada, en las piezas de carne: una pierna de cordero, la cabeza de un becerro sin el becerro, el cuerpo mustio de una gallina a medio desplumar con el cuello aún goteando. Los peces de agallas rojo vivo. Los colores le parecieron súbitamente brillantes pero no tenía tiempo para detenerse. Con la vasija de cerámica entre sus manos, eludía el movimiento febril de la feria, tratando de que ni una gota de la poción se perdiera. Recitó para sí uno de los cuarenta salmos que el maestro le había confiado cuando ascendió a un nuevo estadío en su educación chamánica. Ahora le estaba permitido practicar la bilocación y esto le producía, a la vez, excitación y miedo. Su primer viaje astral tendría lugar en pocos minutos en presencia del concejo de maestros. Esa era la condición: estar bajo riguroso control para no perder contacto con el cordón de plata que la traería de vuelta. De cortarse, su alma quedaría perdida sin remedio en ese recorte de la realidad al que pocos tenían acceso y su cuerpo moriría sin posibilidad de reencarnación. Ser una discípula de Pitágoras significaba conocer los secretos del cálculo pero también el poder mágico de las cifras, la curación, la magia. Era ser parte de un grupo pequeño de iniciados y responsable por la formación de quienes serían sus herederos. Era abandonar la vida cotidiana para sumergirse en un mundo de ascetismo, privaciones y aprendizaje continuo. Era recibir, como un preciado regalo, las recetas de las combinaciones de hierbas que facilitarían el trance, el viaje y el regreso. Una de esas mezclas, la que usarían en breve para ayudarla a viajar, era el tesoro que llevaba en la vasija. El grupo al que pertenecía, denominado "Congregación de Siddhartha", había sido declarado por la policía como una secta, por lo que estaba proscrito pertenecer a él tanto en el orden social como en el legal, debido a lo cual las convocatorias eran reservadas y las reuniones se realizaban en lugares privados y con caracteres de estricto secretos. Cuando llegó al lugar acordado tenía el pelo empapado. Miró a todos lados, cerciorándose que no la habían seguido. Bajó las escalinata de la calle e ingresó por una puerta despintada a una casa que parecía abandonada. La puerta era de madera. Junto a ella se observaba una ventana pequeña que permanecía cerrada y bloqueada a la luz por una guesa cortina. Dentro de la casa la esperaban otros discípulos para la ceremonia de iniciación. Al ingresar, se quitó la ropa húmeda, rápidamente, quedando completamente desnuda; guardó las prendas en una bolsa y se colocó una túnica amarilla que pendía de un colgador en el hall de la enrada. Revisó el recipiente y su preciado tesoro. El contenido estaba intacto. Abrió la puerta de una de las habitaciones que permanecía cerrada y observó al chamán que subía a paso lento la escalera que conducía al segundo piso de la casa. Llevaba entre sus manos una alforja con las hierbas destinadas al rito iniciático. Portaba una túnica, igualmente amarilla, con espigas de oro y calzaba unas sandalias color café. Al llegar al segundo piso había una baranda de madera donde estaban los demás iniciados; cada uno portaba una palmatoria con una vela blanca encendida. Al pasar el Maestro junto a ellos se inclinaron en señal de respeto. Artemisa subió las escaleras y sin pronunciar una palabra ingresó a la habitación principal, junto al chamán y a los otros doce hombre y mujeres que se encontraban reunidos. Las ventanas permanecían cerradas, por lo que no entraba luz natural y sólo las velas iluminaban el cuarto. Al medio habían levantado un altar. Artemisa miró al Chamán y éste le devolvió una mirada dulce, más parecida a una sonrisa. Estaba tranquila y lista para comenzar. El maestro comenzó un cántico que, a poco, fue seguido por las voces de cada uno de los iniciados. Era una sola palabra, repetida incansablemente en un tono grave y monótono. La muchacha, tendida sobre el altar, cerró los ojos. Inmóvil, envuelta en la túnica amarilla, comenzó a oír los suaves pasos de sus compañeros a su alrededor. Escuchó, tras el salmo, las cadenas de los inciensarios. Olió las hierbas quemándose. Sintió que el humo espeso le llenaba los pulmones y que el alma, empujada por el mismo humo, se fugaba por su ombligo hasta conformar en el aire de la habitación una nube luminosa y apacible. Sin perder la noción de lo que sucedía a su alrededor y habiendo comprobado la fortaleza del cordón de plata que la unía al cuerpo, se lanzó a través de las paredes. No hubo roces ni dolor ni traba alguna, simplemente un suave traspasar ladrillos y ver, asombrada, las partículas que los formaban, las coloridas moléculas, la inmovilidad de los átomos y el furioso giro de los electrones. Una vez fuera del recinto, flotó por las calles desiertas de un lugar desconocido. Angostas, cubiertas de losas color terracota. La rodeó la transparencia filosa del aire. La intensidad del momento era tal que, aún sabiendo que era imposible, se sintió llorar. Con el impulso que otorga la certeza, se dirigió a una construcción pequeña, sobre el lado izquierdo de la callejuela. Al traspasar la puerta de madera se le impregnaron los aromas de la savia, la edad del árbol, una temporada de sequía que casi lo mata, la riqueza de la tierra en la que había crecido, el dolor de la tala, y el amor del ebanista que había tallado las molduras.Dentro de la casa advirtió, por los pocos enseres desparramados, la pobreza de sus habitantes. En un rincón, echada en la penumbra, una mujer lloraba.
-"Zbigniew", repetía incansablemente.
-"¿Dónde estás? Ahora cuando más te necesito. Tú no estás y yo ahora estoy sola.
-¿Dónde te llevó tu deseo de fortuna?".
Artemisa se sorprendió. Comprendió que el idioma que oia no era español ni francés, sin embargo, ella podía entender perfectamente lo que la mujer balbuceaba. Se volvió a sorprender cuando comprobó que aquélla no movía los labios y que ella era capaz de escuchar lo que la mujer estaba pensando.
-"Zbigniew, marido mío, ¿dónde estás? ahora que nuestro hijo ha muerto".
Súbitamente se vió en la calle porteña cercana al mercado. Llovía a cántaros. Dos hombres de chaquetones negros y gorras revisaban un cuerpo que permanecía inherte en el suelo, bajo la lluvia. No pudo verle el rostro, pero advirtió su ejemplar estatura; empuñaba en la mano izquierda un relicario cubierto de sangre.
Todo sucedía de manera vertiginosa. De la habitación casi vacía a la callejuela del puerto. Del pensamiento de la mujer al bullicio de la multitud. Del silencio acongojado a los gritos de auxilio. Miró su cordón y advirtió que estaba perdiendo firmeza. Pero no podía, justo en ese momento, regresar. Algo le decía que su presencia era necesaria. Algo la instaba a tratar de unir las dos escenas para llevar alivio a esa mujer en desgracia.
De pronto, las imágenes frente a ella se borronearon. Escuchó, superpuestos, varios diálogos. Las voces de sus compañeros de logia se mezclaron con el llanto de la mujer, que aún pedía por su marido y con la respiración entrecortada del hombre que trataba de revivir a quien, sin llegar a comprender cómo, ella sabía que era Zbigniew. Entonces, para aumentar su confusión, la imagen de una jovencita, casi una niña, se presentó ante ella. Tenía la blusa blanca manchada de sangre y un cuchillo en la mano derecha. Parecía una feriante que acababa de sacrificar a un animal para ofrecerlo en su puesto pero, cuando la miró con más atención, se dio cuenta de que lloraba desconsoladamente. Aunque no articulaba palabra, en medio de los sollozos, Artemisa advirtió que la jovencita se lamentaba.
–¡Ay, abuela! Perdóname. Perdóname, por favor. Lo creí sincero. Lo creí en el barco. Lo creí lejos para siempre. Perdóname, abuela. Perdóname si puedes.
Artemisa volvió a reparar que el cordón que la unía a su cuerpo se hacía cada vez más débil.
Luego no hubo más imágen ni sonido. Pareció entrar en una cámara oscura. Había perdido definitivamente contacto con la otra dimensión. Tenía la sensasión de haber recorrido los pasillos de un extenso laberinto y no haber podido hallar la salida. No podía precisar cuánto tiempo transcurrió desde que comenzó la bilocación, pues los hechos se habían sucedido en forma tal que le era imposible determinarl su duración como el orden en que se habían sucedido.
Al "despertar" observó que el Maestro la miraba desde el costado derecho del altar. Le tenía agarrada fuertemente una de sus manos. Su rostro denotaba una sonrisa serena y dulce, devolviéndole la calma y la tralléndola de regreso a la cómoda"realidad".
Minutos después, mientras relataba a sus compañeros la experiencia, Artemisa se dio cuenta de que algo había cambiado para siempre. Al tiempo que hablaba de su primer y trascendental viaje, en su cabeza bullían preguntas que requerían de una respuesta urgente. ¿Quién era la mujer que se lamentaba en algún lugar del mundo por la ausencia de su marido? ¿Por qué la imagen de esa joven pidiendo perdón con las manos ensangrentadas la había llenado de piedad y comprensión, como si la conociera de antes, de siempre? ¿Por qué la sola mención de esa abuela que disculparía todos los errores la había situado en el regazo tibio de su propia abuela, tan sabia y tan serena?. En realidad, Artemisa había ingresado a la congregación como parte de una búsqueda personal, indiscriminada y urgente, que respondía a leyes incomprensibles para ella: buscaba sin saber qué, no importaba cómo, para un objetivo que desconocía, pero debía buscar. Advirtió que, durante toda su exposición, el maestro no había dejado de observarla con infinita dulzura. Al finalizar, el anciano apoyó su mano en la frente de la joven y, sin dejar de mirarla, le dijo:–"Tu misión ha terminado". Artemisa se sobresaltó. Su misión no podía haber terminado luego de ese primer viaje. Aún no tenía las respuestas, sólo más preguntas. Como si hubiese estado leyendo cada uno de sus pensamientos, sonriendo, prosiguió:–"En las preguntas están escondidas las respuestas". La joven se resistía a aceptar que esas palabras la ponían fuera del grupo y creía que algo debía haber hecho de manera incorrecta para ser expulsada sin más luego de la experiencia que había vivido instantes atrás y que le había despertado un sentimiento de avidez totalmente nuevo. Dirigiéndose al grupo de iniciados que los habían acompañado durante todo ese tiempo, el maestro expresó con orgullo: –"He aquí, hermanos, a mi mejor alumna a quien debo despedir en estepreciso momento para que su sabiduría interior complete el aprendizaje que comenzó con nosotros".Artemisa sintió que el suelo se abría bajo sus pies. Sin decir palabra, se despojó de la túnica amarilla y la puso en manos del maestro luego de doblarla cuidadosamente. Invadida por una cierta decepción, volvió a ponerse sus ropas y salió a la calle. Afuera la ciudad latía de manera acelerada. Había dejado de llover y el sol se reflejaba en cada charco.
Al regresar a su casa sentía una profunda decepción. Se preguntaba por qué había estado preparandose casi un año para este día y todo para nada. Sentía que el chamán había estado jugando con ella y vinieron a su mente pensamientos obsesivos de descepción. Pensó que el chamán era un charlatán. Esa sonrisa dulce y tranquilizadora del maestro ahora le parecía cínica. La rabia se apoderó de su corazón. Miró por la ventana del cuarto, y pudo contemplar las nubes discipándose en el cielo. Concentró la mirada en un barco que arribaba al muelle. Covadonga, su prima menor, abrió de golpe la puerta de la habitación. -Disculpa Artemisa, te he estado esperando hace horas, nos tenías procupados a todos, ¿dónde te habías metido?, le dijo.
Artemisa miraba fijo por la ventana, sin responder, concentrada en la enorme embarcación que estaba recalando en la bahía.
-Prima, contéstame, ¿no has escuchado lo que sucedió esta mañana en el mercado?, requirió Covadonga.
-Sacada de su ensimismamiento, Artemisa respondió. Disculpa, ¿qué dices?, tenía la mente en otro lado. Por favor, repíteme, que ha sucedido, nuestro padre está bien?
-De qué me hablas prima, tu padre murió hace años y el mío me abandonó al nacer.
-Te digo que estamos procupados por tí, has desaparecido por horas de la casa. Esta mañana la policía ha detenido a un hombre; se le acusa de ser el líder de una secta satánica y lo encontraton con una daga ensangrentada. Dicen que tiene que ver con el asesinato que se produjo hoy.
-Artemisa, horrorisada, olvidó los pensamientos oscuros que hacía unos minutos invadían su mente. Sintió remordimiento y compasión. No podía tratarse de su maestro, tenía que existir una explicación.
-Está bien prima, te contaré todo a mi regreso, debo salir de inmediato. Dile a todos que me viste, que me encuentro bien y que regresaré pronto.
-¿A dónde vas?, preguntó Covadonga.
-Como un asertijo sin respuesta, le dijo: A buscar a tu prima, a tu única prima.
Las sombras en los cerros comenzaban a estirarse. La noche era fría. A lo lejos se encendió una lucesita, luego otra, al poco rato, todas las calles de los cerros estaban iluminadas por los faroles de aceite. Pensó en dirrigirse a la casa de la congregación. Dudó. Sería peligroso. Comenzó a sentirse desesperada por no saber dónde dirigirse y recabar información. Recordó de súbito el relicario que el hombre tirado en la calle agarraba en su mano inherte. Sintió que alguien la invitaba a su subir a un coche. Le pareció que subía y obtuvo una tranquilidad infinita. Todo parecía andar bien. El coche se detuvo en la profundidad de un bosque. Ella descendió despacio y se paró enfrente de los caballos. El cochero era el chamán.
De la espesura surgieron las siluetas familiares de sus compañeros de la congregación y fueron formando un círculo a su alrededor. Con los ojos clavados sobrelos del maestro, que aún seguía sentado en su lugar de cocherc y con lasriendas en la mano derecha, Artemisa comenzó a llorar. Agitada, gritabaque la habían engañado, que se habían servido de ella para cometer uncrimen imperdonable, que eran todos unos farsantes y asesinos. Unaráfaga de viento sacudió las ramas de los árboles, inquietó a loscaballos y revolvió el cabello largo y blanco del chamán que, con vozgrave, dijo:–Nada es lo que parece. Siempre hay algo debajo de lo que está másabajo. Siempre hay algo arriba de lo que está más arriba.La joven estaba cada vez más alterada:–¡Basta de palabras vagas y bonitas! ¡Basta de mentiras que sólo ocultanel mal! Ustedes están al servicio de quién sabe qué oscuros intereses yyo no quiero estar envuelta en ninguna tarea sucia.Mientras los hombres y mujeres que la rodeaban iniciaban un cánticoplañidero, el chamán volvió a hablar:–Lo sucio debe limpiarse, el mal debe purgarse y la luz, tu luz, es loúnico que podrá presentar combate a las oscuras fuerzas que se handesencadenado. Tú, Artemisa, eres la luz. Tú, Artemisa, eres el bien.Tú, Artemisa, eres la guerrera sin espada a quien se le ha destinado latarea.Mientras hablaba, el maestro había descendido del coche y caminadolentamente hacia la joven que no podía contener el llanto y la ira.Cuando llegó junto a ella, apoyó contra la frente lisa y despejada elfilo de la daga y acercó al torso palpitante las delicadas filigranas deun relicario. Artemisa cayó al piso como fulminada por un rayo. Sinembargo, no había perdido la conciencia de lo que sucedía a sualrededor. Los cánticos se hicieron más fuertes, más monótonos. La jovense sintió suspendida a unos pocos centímetros del colchón de hojas secasque tapizaba la tierra del bosque y envuelta en una intensa luz que laserenaba y que tocaba apenas a todos los presentes. Dentro de la burbujaresplandeciente en la que se encontraba comenzaron a desarrollarseescenas distintas y simultáneas. Vio a su prima, escondida en laoscuridad húmeda de una callejuela empedrada, besándose de manera procazcon un hombre casi pelirrojo y de ojos amarillos como luciérnagas. Vio asu padre muerto, retorciéndose de dolor en una habitación vacía yhelada. Lo escuchó repetir su nombre antes del último suspiro. Vio a sumadre abriendo una carta y echándose a llorar. Vio a su abuela con lamirada perdida en el horizonte brumoso del puerto. Se vio a sí misma,junto a la mujer pobre de su viaje astral; abrazándola y consolándola.Vio un bebé y supo que era el hijo que aún no había concebido. Vio alchamán y a todos los discípulos bañados en sudor. Y vio sus manossanando heridas. Y su boca desgranando palabras incomprensibles queotros repetían. Y sus brazos, estrechando con ternura a un hombredesconocido con una herida mortal en el pecho.

martes, 8 de mayo de 2007

Datos Curiosos
Es imposible chuparse el codo.
La Coca Cola era originalmente verde.
Es posible hacer que una vaca suba escaleras pero no que las baje.
American Airlines ahorró U$S 40.000 en 1987 eliminando una aceituna de cadaensalada que sirvió en primera clase.
El porcentaje del territorio de África que es salvaje:28%.
El porcentaje del territorio de Norteamérica que es salvaje: 38%.
El graznido de un pato (cuac, cuac) no hace eco y nadie sabe por qué
Cada rey de las cartas representa a un gran rey de la historia:
Espadas: El rey David.
Tréboles: Alejandro Magno.
Corazones: Carlomagno.
Diamantes: Julio César.
Multiplicando 111.111.111 x 111.111.111 se obtiene 12.345.678.987.654321.
Si una estatua en el parque de una persona a caballo tiene dos patas en el aire, la persona murió en combate, si el caballo tiene una de las patas frontales en el aire, la persona murió de heridas recibidas en combate, si el caballo tiene las cuatro patas en el suelo, la persona murió de causas naturales.
Según la ley, las carreteras interestatales en Estados Unidos requieren que una milla de cada cinco sea recta. Estas secciones son útiles como pistas de aterrizaje en casos de emergencia y de guerra.
El nombre Jeep viene de la abreviación del ejército americano a "General Purpose" Vehicle, o sea "G.P." pronunciado en inglés.
El Pentágono tiene el doble de baños de los necesarios. Cuando se construyó, la ley requería de un baño para negros y otro para blancos.
Es imposible estornudar con los ojos abiertos.
Los diestros viven en promedio nueve años más que los zurdos.
La cucaracha puede vivir nueve días sin su cabeza, antes de morir de hambre
Los elefantes son los únicos animales de la creación que no pueden saltar (afortunadamente).
Una persona común ríe aproximadamente 15 veces por día (deberíamos mejorar eso).
Los mosquitos tienen dientes.
Thomas Alva Edison temía a la oscuridad.
Miguel de Cervantes Saavedra y William Shakespeare son considerados los más grandes exponentes de la literatura hispana e inglesa respectivamente; ambos murieron el 23 de abril de 1616...
Se tardaron 22 siglos en calcular la distancia entre la Tierra y el Sol (149.400.000 Km.). Lo hubiésemos sabido muchísimo antes si a alguien se le hubiese ocurrido multiplicar por 1.000.000.000 la altura de la pirámide de Keops en Giza, construida 30 siglos antes de Cristo.
La palabra "cementerio" proviene del griego koimetirion que significa: dormitorio.
En la antigua Inglaterra la gente no podía tener sexo sin contar con el consentimiento del Rey (a menos que se tratara de un miembro de la familia real). Cuando la gente quería tener un hijo debían solicitar un permiso al monarca, quien les entregaba una placa que debían colgar afuera de su puerta mientras tenían relaciones.La placa decía "Fornication Under Consent of the King" (F.U.C.K.). Ese es el origen de tan famosa palabrita.
Durante la guerra de secesión, cuando regresaban las tropas a sus cuarteles sin tener ninguna baja, ponían en una gran pizarra "0 Killed" (cero muertos). De ahí proviene la expresión "O.K." para decir que todo esta bien.
En los conventos, durante la lectura de las Sagradas Escrituras al referirse a San José, decían siempre "Pater Putatibus" y por simplificar "P.P.". Así nació el llamar "Pepe" a los José.
En el Nuevo Testamento en el libro de San Mateo dice que "Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja a que un rico entre al Reino de los Cielos". El problemita es que San Jerónimo, el traductor del texto, interpretó la palabra "Kamelos" como camello, cuando en realidad en griego "Kamelos" es aquella soga gruesa con la que se amarran los barcos a los muelles. En definitiva el sentido de la frase es el mismo pero ¿cuál les parece más coherente?
Cuando los conquistadores ingleses llegaron a Australia, se asombraron al ver unos extraños animales que daban saltos increíbles. Inmediatamente llamaron a un nativo (los indígenas australianos eran extremadamente pacíficos) y les intentaron preguntar mediante señas. Al notar que el indio siempre decía "Kan Ghu Ru" adoptaron el vocablo ingles "kangaroo" (canguro). Los lingüistas determinaron tiempo después el significado, el cual era muy claro, los indígenas querían decir "No le entiendo".
La zona de México conocida como Yucatán viene de la conquista cuando un español le pregunto a un indígena como llamaban ellos a ese lugar. El indio le dijo: "yucatán". Lo que el español no sabía era que le estaba contestando: "no soy de aquí".
El 80% de las personas que leen este texto, intentaran chuparse el codo....

lunes, 7 de mayo de 2007

El Rescate de Los Libros

Hoy rescaté siete libros de los anaqueles del local de libros usados "Popul Vuh" (Gran nombre!). Me dí el pequeño placer de revisar los estantes y repisas de aquel local escondido al final de la calle Von Schroders. Hacía tiempo que no llevaba a cabo esa secreta y deliciosa actividad que he denominado "rescatar libros", a fin de juntarlos en el librero nuevo que adquirí hace poco para subir mis libros viejos. En fin, la numismática y los libros siempre fueron dos de mis pasiones favoritas; ahora volví a mis antiguas costumbres, por diez o veinte minutos me perdí en el lúgubre cuarto que escondía valiosos tesoros. Rescaté siete, sólo me alcanzó el dinero para rescatar siete. Siete, de los siete que había seleccionado. A todas luces, un vicio intratable e incurable. El primero que llegó a mis manos fue una edición de Emecé de "Historia Universal de la Infamia" de Jorge Luis Borges, sexta impresión de noviembre de 1966. Aunque tengo varios de los textos que ahí aparecen en distintas compilaciones y antologías, me fue irresistible no llevarlo, por los varios relatos que allí aparecen y no he leído aún. La segunda joya hallada es "El Acoso" de Alejo Carpentier. Me lo recomendó el vendedor, un hombre amable, en extremo culto, amante de la música latinoamericana y eximio guitarrista. Se supone que hay que leerlo al tiempo que se escucha una sinfonía de Beethoven. Ya veremos. El tercero fue un libro que leí a los 11 años y al ver la portada no pude dejar de pensar que le leería los cuentos a mis hijas al llegar a casa. Es "Cuentos Chilenos para Niños", una selección de Fidel Sepúlveda y Manuel Pereira. Tal vez lo recordarán por El Querubín Amistoso. Todo un hallazgo. Seguí, en cuarto lugar, echando un libro a mi "carro de compras" imaginario, y ya en abierta lujuria así entre la smanos "El Panorama de la Ciencia" de Bertrand Russell. Confieso que sólo había leído su biografía, pero hace tiempo tenía ganas de leerlo. Ya tendré un tiempo para dedicarle...
Quinto lugar, de Carlos Droguet "ELOY", catalogada como una de las dos o tres novelas sudamericanas de la década, por el Diario La Nación de Argentina, julio de 1960. Es el monólogo interior de un bandido chileno. Sexto lugar para Oscar Wilde con "La Importancia de llamarse Ernesto". Siempre me ha gustado el estilo de Wilde y admiro su agudeza e inteligencia. Sólo me costó una luca. Por último, la séptima maravilla, tres cuentos de Chejov "El Tío Vania", "La Gaviota" y "El Jardín de los Cerezos" (lo compré pensando en regalárselo a un amigo). Falté a la primera clase de Litigación Oral, lo sé, pero estaba cansado para eso. No dormí mucho por la noche debido a la llegada de un nuevo miembro a la familia. Me había lenvantado temprano y el trabajo me había dejado exhausto. Sólo tenía tiempo para esto. Para escarvar en la vieja librería, y sacar libros de hojas amarillentas. En síntesis, resultó todo un banquete literario que iré digiriendo de a poco. Tendré que robarle tiempo al tiempo. Esa será la gracia de un lector que lee a ritmo de bals o de blue. Ahí estarán esperando por mí, a ser abiertos, luego de haber sido, digo yo, "rescatados", de aquel lugar lúgubre y escondido, al final de una calle perdida.

domingo, 6 de mayo de 2007

Lilit o Lilith?

Lilit es una figura legendaria de la mitología (o del folclore) judío: la primera esposa de Adán, anterior a Eva, y como un demonio que raptaba a los niños en sus cunas por la noche, madre de los súcubos. Se la representa con el aspecto de mujer muy hermosa, con el pelo largo y rizado, generalmente pelirroja, y a veces alada.
Podría ser una interpretación metafórica sobre la existencia del primer grupo de nuevos humanos Homo sapiens sapiens, que la leyenda nombra como Adán y Eva, pero que en realidad era un colectivo. Lilit sería un demonio nocturno mesopotámico con tendencia a asesinar niños.
Se considera que existe una conexión entre Lilit e Inanna, la diosa sumeria de la guerra y el placer sexual.
También podría estar relacionada con el mito griego de Lamia, una reina libia que mantuvo relaciones con Zeus; después de que Zeus la abandonara, Hera robó sus hijos, por lo que ella se vengó robando los hijos de otras mujeres.
Según el Yalqut Reubeni (colección de comentarios cabalísticos acerca del Pentateuco, recopilada por R. Reuben ben Hoshke Cohen (muerto en 1673) en Praga:
Yahvéh formó entonces a Lilit, la primera mujer, del mismo modo que había formado a Adán, aunque en lugar de polvo puro utilizó excremento y sedimentos. De la unión de Adán con este demonio-hembra, y con otra parecida llamado Naamá, hermana de Túbal Caín, nacieron Asmodeo e innumerables demonios que todavía atormentan a la humanidad. Muchas generaciones después, Lilit y Naamá se presentaron ante el tribunal de Salomón disfrazadas como rameras de Jerusalén. Adán y Lilit nunca hallaron armonía juntos, pues cuando él deseaba tener relaciones sexuales con ella, Lilit se sentía ofendida por la postura acostada que él le exigía. «¿Por qué he de acostarme debajo de ti? —preguntaba—: yo también fui hecha con polvo, y por lo tanto soy tu igual»- Como Adán trató de obligarla a obedecer, Lilit, encolerizada, pronunció el nombre mágico de Dios, se elevó por los aires y lo abandonó. Saliendo del Edén fue a dar a las orillas del Mar Rojo (hogar de muchos demonios). Allí se entregó a la lujuria con éstos, dando a luz a los lilim, que eran seres cubiertos de pelos. Cuando tres ángeles de Dios fueron a buscarla, ella se negó aduciendo que era una pecadora. Por lo cual le fueron muertos cien hijos al día. Desde entonces las tradiciones judías medievales dicen que ella mata a todo niño menor de ocho días (incircunciso aún). También se dice que Lilit, una vez fue encontrada por el desterrado Arcángel Samael posteriormente denominado Satanás, bajo a los infiernos y allí fueron pareja.

miércoles, 2 de mayo de 2007

La cueva del caimán

por Margarita Mainé y Héctor Barreiro

Parece que cuando Dios hizo la tierra estuvo tan ocupado creando los árboles, los ríos, y las enormes montañas que se volvió al cielo sin dejar el fuego a los hombres. Cuando se dio cuenta de su olvido bajó en plena noche a traerlo y al único que encontró despierto fue al caimán.

—Te dejo el fuego para que por la mañana lo compartas con los hombres. Así podrán cocinar la comida y calentarse en el invierno —le dijo Dios y desapareció.

Al caimán el fuego le pareció el mejor de los tesoros pero, ¿por qué compartirlo así nomás? Los hombres no eran generosos con él. Siempre lo andaban molestando y nunca compartían su comida. El caimán pasó toda la noche pensando qué hacer. No se animaba a ignorar la palabra de Dios y tampoco quería desperdiciar la oportunidad de pedir algo a cambio del fuego.

Al día siguiente el caimán le dijo a los hombres que Dios le había confiado algo mágico para cocinar la comida y que estaba dispuesto a compartirlo si ellos estaban de acuerdo en ofrecerle parte de lo que cazaban. Entonces les propuso que dejaran la carne al pie de la montaña y él se encargaría de cocinarla a cambio de su ración diaria de comida. Los hombres lo hicieron un día para probar el sabor y tanto les gustó la comida cocida que aceptaron lo que les proponía el caimán.

Y así fue. El caimán tenía su alimento asegurado y lo único que hacía era cocinar la carne por la noche en su cueva. El resto del día andaba tomando sol recostado en las piedras y agradeciendo la buena idea que había tenido.

Pero la historia no termina aquí.

Una tarde, un joven de la tribu llamado Imá acompañó a su padre para aprender los secretos de la caza y corriendo detrás de una gallineta azul del monte se alejo demasiado y se perdió.

Caminó Imá por la ladera de la montaña y buscando el camino de regreso encontró una cueva y como era un muchacho curioso entró. Hacía mucho calor allí y había un olor extraño. La tierra de la cueva era muy negra y cuando Imá la tocó para llevarse la mano a la nariz pudo comprobar que el olor estaba guardado allí.

Salió Imá de la cueva y luego de caminar otro rato escuchó la voz de su padre que lo llamaba desde lejos. Después del reencuentro, el padre le preguntó por qué tenía las manos y la cara manchadas de negro; Imá le contó del extraño olor que salía de esa cueva.

—Debe ser la cueva del caimán —dijo el indio anciano al enterarse de la aventura de Imá—. ¿No estaba el fuego allí?

Al día siguiente partieron varios hombres para que Imá los guiara hasta la cueva del caimán. Al encontrarla los hombres tocaron la tierra negra y sintieron el calor que todavía guardaba de la fogata en la que el caimán había asado la comida.

—Si el fuego no esta aquí, ¿dónde lo guarda el caimán? —se preguntaban todos en la tribu.

—En la boca —dijo el viejo sabio—. El único lugar en el que el caimán puede guardar el fuego durante el día es en la boca.

En cuanto dijo esto todos pensaron en robarle al animal su preciado secreto.

A los pocos días organizaron una fiesta para todos los animales. Cada uno haría su gracia con la intención de lograr que el caimán se riera a carcajadas y cuando tuviera su boca bien abierta intentarían robarle el fuego.

El caimán llegó desconfiando de la invitación. Nunca los hombres lo incluían en sus fiestas y sabía bien que era porque le envidiaban el fuego.

Al llegar vio que estaban todos los animales del monte. Pero el caimán entró serio y con la boca bien cerrada, saludando a regañadientes.

El primer número lo hizo la serpiente. Bailó sobre un tronco enredándose al compás de los tambores y simuló atarse en un nudo del que parecía no poder salir. Los animales aplaudían y reían a carcajadas. El caimán se mantuvo serio y aburrido.

Después la gallineta bailó haciendo girar su cuello como un trompo. Era gracioso ver cómo el pico le quedaba para atrás y volvía girando rapidisimo. Los animales aplaudían y silbaban Pero el caimán apenas se sonrió.

En el tercer número apareció la tortuga sacando muy larga la cabeza de su caparazón y volviéndola a entrar hasta desaparecer. Quedaba graciosa ya que cuando la cabeza llegaba bien afuera simulaba un estornudo y después se replegaba otra vez hasta esconderse. Todos los animales se reían y el caimán sonrió un poco más confiado.

De todos los animales el que estuvo más gracioso fue el zorro de orejas chicas.

—Auuuuuu-hip-auuuuuu-hip —el zorro aullaba con hipo y esto hacía que el aullido saliera entrecortado y agudo. Los demás animales se agarraban la panza con las manos de tanta risa y el caimán abrió tanto la boca para reírse que un poco de fuego se le escapó. Entonces el pájaro tijera, que estaba muy atento, dio un vuelo rápido por arriba del caimán y le robó una llama.

Allí se terminó la fiesta para el caimán. Ofendido y enojado se fue a su cueva para avivar el poco fuego que le había quedado entre los dientes mientras el pájaro tijera, los otros animales y los hombres continuaron el festejo por primera vez iluminados por el fuego.

Desde ese día el caimán tiene que buscar su propia comida y los hombres disfrutan de sabrosos manjares.

Esta historia la cuentan los Sanema-yanoama, una tribu que habita al sur del estado de Bolívar (Venezuela) y sudeste del territorio Amazonas (al norte de Brasil).

martes, 1 de mayo de 2007

Hoy partió una flor.
La más bella del planeta.
Pura como la hierba.
Inocente como el Sol.

Verito, descansa en paz.
No te olvidaremos.
No te olvidaremos.

LAS TRES PALABRAS

Un Maestro le enseñó esta fábula a Samy Frenk, y éste me la enseñó a mí. Se la regalo a nuestros lectores:
"La palabra, antes de ser emitida, tiene que pasar por tres guardianes. Cada guardián le hace una pregunta a la palabra; si la respuesta es afirmativa, puede pasar al siguiente guardián.
"El primer guardián le pregunta a la palabra si es verdad.
"El segundo si es necesaria.
"El tercero si es compasiva.
"Sólo después de responder las tres preguntas, la palabra puede ser emitida."
En el origen, la palabra separó la luz de la tiniebla, sirvió para sanar y para hacer volar a las piedras. Hoy la desconfianza radical se ha apoderado del lenguaje. ¿O fue siempre la palabra un arma de doble filo, y nuestra nostalgia por una palabra fundadora no tiene base real? Lo que está claro es que la palabra se ha construído en una poderosa y cada vez más sofisticada arma para destruir, enfermar o confundir.
Cuántas palabras mentirosas, innecesarias y llenas de resentimiento andan circulando en nuestras ciudades. Y tantos que debieran callar, porque no tienen nada que decir.
"En las ciudades de habla y se habla y no se dice nada", decía Huidobro.
"En poesía, lo fundamental es saber quedarse callado", me enseñó una ves el amigo y poeta Diego Maqueira.
Si tuviéramos la valentía de exponer nuestra cháchara, nuestras mentiras, a los tres guardianes, otra atmósfera respiraríamos, pero hay una sobreabundancia de palabrería, se ha hecho un hábito el hablar por hablar, el vender pomadas, el ocultar realidades con bellos discursos. Por otro lado, andan muchas ideas hechas dando vueltas por ahí, y sobre las cuales muchas veces se fundamentan nuestras vidas, sin que nadie las haya puesto en duda. Lo paradógico es que las grandes verdades o ideologías disfrazadas de verdades científicas están cada vez menos expuestas al debate público.
La poesía funcionaria, sin pretensiones mesiánicas ni nada que se le parezca busca abrir las ventanas para que entren el aire y el viento que lo desordenan todo. Un periodismo sanador, un diario que haga bien al espíritu y al cuerpo, como las ostras, el sol y el viento. Proponemos mentir más de la cuenta para birlar a las falsas verdades, intentando subvertir uno de los géneros que más ha hecho daño a la vida (el periodismo), ejercitando el legítimo derecho a la ironía y al humor, pero con compasión. No queremos agregar más esquizofrenia a la que abunda hoy por todas partes, sino hacer que la palabra juegue, baile, haga cruces y nos permita saltar más allá de las pobres certezas que nos acorralan.
Ojalá el segundo guardián -a mi modo de ver, el más implacable- no shaga contestar afirmativamente su pregunta "¿es necesaria esta palabra?". Ojalá estas ficciones, estos cruces, estas noticias. sean necesarios y no parte de la chatarra comunicacional que nos rodea, de los ruidos que nos bombardean y nos hacen mal. Si no es así, pido a mis lectores que sean mis implacables guardianes.
Del Libro "Las Noticias que siempre serán Noticia".